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El Azulejo

El Azulejo constituye una de las expresiones más importantes en Portugal y una de las contribuciones más originales de los portugueses a la Cultura Universal.
Portuguese Azulejos
La decoración cerámica de origen egipcia fue introducida en la Península Ibérica por los árabes durante el siglo XIII. De hecho, el término azulejo proviene del árabe "al-zulaich", que significa pequeña piedra pulida. Primitivamente, por lo que se sabe de las evidencias históricas, se trataban de mosaicos cortados por alicate, a partir de una pieza más grande de barro vidriado en un solo color.

En Portugal, el azulejo empezó a fabricarse con características propias de la cultura y historia portuguesas y, desde entonces, su uso se ha tornado de tal modo generalizado que aún es difícil encontrar algún edificio distintivo - construido durante ese largo período de la historia – sea una iglesia, palacio o mansión, en lo cual no exista una fachada en azulejo.

Manteniendo los principios basilares, la técnica desarrolló enormemente, permitiendo su aplicación en el fabrico de diversos componentes utilizados en las tecnologías más avanzadas. Seguidamente, presentaremos una breve historia sobre la evolución del azulejo en Portugal.


El Azulejo

El Azulejo constituye una de las expresiones más importantes de la cultura en Portugal y una de las contribuciones más originales de la creatividad de los portugueses a la Cultura Universal.
En el territorio portugués, el Azulejo fue más allá de la simple función utilitaria o del destino ornamental y atingió el estatuto transcendente de Arte, como intervención poética en la creación de las arquitecturas y de las ciudades. 

Contextualizando, "azulejo” es la palabra portuguesa que se refiere a una placa cerámica cuadrada con una de sus superficies decoradas y vidriadas. Su utilización es común a España, así como a otros países como Italia, Holanda, Turquía, Irán o Marruecos, pero, puede decirse, que en Portugal asume especial importancia en el contexto universal de la creación artística:
1. Por la longevidad de su uso.
2. Por el modo de aplicación, como elemento que estructura las arquitecturas, a través de grandes revestimientos en el interior de los edificios o de fachadas exteriores.
3. Por el modo como transita a lo largo de los siglos, no sólo como arte decorativa, sino como suporte de renovación del estilo artístico y del registro histórico del imaginario. 

Sin embargo, el azulejo fue adquiriendo, durante décadas, una importancia cada vez mayor, convirtiéndose en elemento distintivo de la cultura portuguesa y comprobando dos factores:
1. La capacidad de diálogo entre la cultura europea y las culturas árabes e indianas
2. La valorización del uso del azulejo como material convencionalmente accesible,  con el fin de calificar estéticamente tanto los espacios interiores de los edificios nobles como los espacios urbanos.


Su historia

Las primeras aplicaciones conocidas en Portugal como revestimiento monumental de paredes se hicieron con azulejos hispano-moriscos, importados de Sevilla, en el año 1503. El desarrollo de la cerámica en Italia y la posibilidad de recurrir a la técnica de mayólica, pintando directamente sobre el azulejo, permitió diversificar composiciones con distintas figuraciones, representando momentos históricos o decorativos.
En Portugal había ya mucha demanda por azulejos de Flandres así que, más tarde, fue la fijación de ceramistas flamencos en Lisboa que favoreció el inicio de una producción portuguesa a partir de la segunda mitad del siglo XVI.


Azulejos con patrón de repetición

Una vez adquirido el gusto por revestimientos cerámicos monumentales en iglesias y palacios, los pedidos por grandes composiciones únicas, adecuadas a cada espacio, eran bastante más dispendiosos, de manera que se empezó más a menudo a hacer pedidos por azulejos con patrón de repetición.
Entre finales del siglo XVI e inicios del XVII se realizaron composiciones de ajedrezados, azulejos  de color liso que, en su alternancia, iban criando mallas decorativas en las paredes. A pesar de que estos azulejos tenían un precio más accesible, su aplicación era complexa y lenta, factor que hacía todo el proceso dispendioso y que, a su turno,  llevaron a su gradual abandono.
Azulejos de patrón, producidos en gran cantidad y de fácil aplicación, vinieron entonces a utilizarse con más frecuencia, primero en módulos de repetición con 232 azulejos, después en módulos mayores hasta los 12312 azulejos, generadores de fuertes ritmos en diagonal.
En cualquiera de estas utilizaciones de azulejos ajedrezados y de patrón, era esencial que se usasen bordes y barras para una eficiente integración de los contornos en las estructuras arquitectónicas.


La diversidad de figuraciones en el siglo XVII

Los azulejos figurativos eran concebidos en sintonía con el espacio, sagrado o civil, a que se destinaban y así se constituyeron por los talleres de ceramistas verdaderos repertorios de grabados utilizados en diversos pedidos.
Concretamente, cenas religiosas, de caza, de guerra, mitológicas y satíricas, eran transpuestas para azulejo, interpretadas en un colorido libre por artífices sin formación académica, aplicadas en grandes superficies arquitectónicas o, en una escala más reducida, substituyendo la pintura al óleo de tradición europea. Durante este período, el azulejo ganó una importancia cada vez mayor en la arquitectura portuguesa.
La Iglesia encargó pequeños paneles sueltos con figuras de santos, emblemas y narrativas religiosas, aún en pintura ingenua se comparada con los grandes ciclos religiosos del siglo siguiente.
Por su turno, la nobleza encomendaba y proyectaba el azulejo profano, que se destinaba a la decoración de los nuevos espacios palaciales que se fueron construyendo tanto en Lisboa como en la campiña, después de la Restauración de la Independencia de Portugal en 1640.


El Ciclo de los Maestros en el siglo XVIII

A principios de la década de  setecientos, el pintor de azulejo volvió a asumir el estatuto de artista de renombre, incluso firmando sus paneles. 
El precursor de esta tenencia fue el español Gabriel del Barco, activo en Portugal a finales del siglo XVII, y que introduzco un gusto por el entorno decorativo más exuberante y por una pintura liberta del contorno riguroso del diseño.
Estas innovaciones abrieron camino a otros artistas, dando inicio a un período áureo de la azulejería portuguesa — el aclamado Ciclo de los Maestros.
El siglo XVIII asistió a un aumento sin precedentes de la producción de azulejos, lo que se debió a grandes pedidos llegados de emigrantes y residentes en Brasil. En un verdadero prolongamiento del ciclo de los Maestros,  hay que destacar, por la calidad de sus obras, algunos pintores como Nicolau de Freitas, Teotónio dos Santos o Valentim de Almeida.


Las fachadas en azulejo de los siglos XIX y XX

La segunda mitad del siglo XIX destacó el azulejo de patrón, de menor costo, que va a cubrir miles de fachadas, y es producido en fábricas de Lisboa — Viúva Lamego, Sacavém, Constância, Roseira — y de Porto y Gaia — Massarelos, Devesas.
Utilizando técnicas semi-industriales o industriales, permitiendo una mayor rapidez y rigor de producción, las fachadas con azulejo de patrón y bordes delimitando puertas y ventanas, son elementos fundamentales, a través del color y variaciones de luz, y de la identidad urbana en Portugal.

En particular, porque la producción estaba concentrada en Porto y Lisboa, se definieron dos tendencias estéticas: en el norte, el típico recurso a relieves pronunciados, destacando el volumen y el contraste de luz y sombra; en el sur se mantuvieron los patrones lisos de memoria antigua, para una casi ostensiva aplicación exterior en fachadas.
Durante el siglo XX en Porto, el pintor Júlio Resende construye desde 1958, en articulación con modernos proyectos de arquitectura, una importante actividad de ceramista, lanzando composiciones figurativas en azulejo y placas cerámicas, culminando en su grandioso panel  Ribeira Negra de 1985.

En este período histórico, hay que acentuar la obra de los artistas Rafael Bordalo Pinheiro, con producciones diversificadas, y Jorge Barradas, impulsor de la renovación en el dominio de la cerámica y del azulejo. A mediados del siglo, Maria Keil realizó un vasto trabajo para las estaciones iniciales del metro de Lisboa, pero todavía deben también destacarse las obras de Júlio Resende, Júlio Pomar, Sá Nogueira, Carlos Botelho, João Abel Manta y Eduardo Nery, entre otros.

Con el intuito de preservar y estudiar la azulejaría portuguesa fue creado el Museo Nacional del Azulejo, en Lisboa.

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